Traducción/interpretación judicial
La semana pasada me
invitaron a un cumpleaños. Si lo pienso detenidamente, me parece un
rito maravilloso esto de celebrar el aniversario del nacimiento de
una persona. Así como la liturgia que acompaña a la celebración
del hecho de envejecer. A grandes rasgos, nos reunimos con la familia
y los amigos, compartimos una tarta en la que soplamos las velas que
representan los años vividos y nos regalan presentes para celebrar
el pasado y el futuro.
Bueno, que yo lo que
quería era hablaros del cumpleaños al que fui la semana pasada. Mi
amiga cumplía los treinta – según mi abuela treinta y uno, porque
lo que cuenta es el año que vas a vivir - y en esta ocasión, quería
hacer algo especial. Nos envió un email con información de la
fiesta. En el email también mencionaba una petición: los invitados
debían ir de blanco. En mi caso, me centré en planificar el volumen
de trabajo para cumplir con el plazo de entrega, no podía perderme
el cumpleaños. El día de la fiesta me levanté muy temprano, revisé
por última vez el texto y lo envié al cliente con satisfacción y
alivio. Me di una ducha, me puse mis pantalones cortos, la camiseta
más fresquita y conduje en dirección al cumpleaños. Por el camino
me llegó el email de confirmación de recepción. Genial. Ahora
tocaba disfrutar. Cuando llegué a mi destino, aparqué y llamé a la
puerta de la casa. Al abrir ¡menuda sorpresa! Había olvidado por
completo la petición. A mi alrededor todos iban de ibicencos
y yo de grancanaria.
La situación era cómica
y llamaba la atención porque sin pretenderlo, me había convertido
en el elemento disonante de la fiesta. Rompía la armonía, si, pero
al fin y al cabo era una fiesta, pasada la vergüenza inicial, y el
ayqueverquecabezatienes, no influyó un ápice en la diversión
general.
Entonces pensé en cómo
esa sensación me era familiar.
Me acordé de las veces
que interpretando en sala lo había pensado.
En los juicios, mientras miraba al estrado: los abogados, el juez, el
fiscal...Todos llevaban aquellas togas negras, solemnes, rituales,
litúrgicas y esenciales para celebrar el acto del juicio. Esas
vestiduras que los preparan para una ceremonia casi teatral. Recordé
uno de mis primeros juicios, cuando me llamaron para que fuera a
sala, sin citación previa y sin saber de qué delito se trataba. Me
visualicé con prisa por los pasillos, con unas cuñas marrones y un
vestido largo azul claro de florecitas, si si, de estos hippies
que se llevan ahora tanto. Se trataba de un juicio por tentativa de
homicidio y hasta los GEO llevaban uniforme. Me acordé de lo que me
habría gustado haber pedido prestada una toga. Me imaginé como
sería la nuestra. De un azul añil brillante, con puñetas bordadas
y el escudo del Cuerpo de Intérpretes Judiciales en un hilo amarillo
y azul grancanario.
Obviamente, cada uno es libre de vestir
como guste, aunque en determinadas situaciones, trabajos o fiestas de
cumpleaños, conviene más no alterar la armonía del entorno y
adaptarse al contexto en el que se va estar.
Y como por el momento, el Cuerpo de
Intérpretes Judiciales carece de toga, bata, pijama o uniforme,
intento entretanto ir lo más armónica posible en sala. Quizás el
dónde fueres haz lo que vieres de mi abuela resuma esta
percepción. Y es que el intérprete judicial es una parte tan
esencial en la celebración del acto del juicio como el resto de
invitados, digo, de las partes.
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