Autora: Ainhoa Pérez Roca, abogada
Vicepresidenta de Educación del Club
de Oratoria Toastmasters Málaga PTA
Miembro del Comité
Organizador de TEDxMalagueta
“Con la venia,
Señoría”. Sudor frío, mariposas salvajes en el estómago,
temblor en la voz, corazón desbocado... ¿Me puedo acoger a la
quinta enmienda? ¿Ah, pero no se aplica en España, ni por analogía?
¿Y si salgo corriendo? ¿Me demandará el cliente? ¿Me expulsarán
del ICAMÁLAGA? ¡Aguanta! ¡Tú puedes! Nadie ha muerto de esto. ¿O
sí?
¿Os suena? Enhorabuena a
los que no habéis tenido que pasar por esto. Yo os confieso que lo
sufrí y quiero compartir con vosotros mi historia.
Cuando empecé a ejercer
fue cuando descubrí mi miedo a hablar en público. Ya me temí algo
cuando en el Tribunal Supremo, cantando temas para acceder a un
puesto de judicatura, no acerté en la fecha de nuestra querida Carta
Magna. En aquel entonces pensé que sería la magnificencia del
entorno, la presión y responsabilidad que recaía sobre mis hombros,
ese Tribunal con cara de pocos amigos, la obsesión de conseguir una
plaza o una conjunción de todo ello, que no era poco...
En contra de mis planes,
me encontré dedicada al entregado ejercicio de nuestra profesión en
un despacho de abogados. Con la excusa de que, tras cuatro años
opositando, era una biblioteca de códigos andantes, en el despacho
me dedicaba, especialmente, al estudio de los asuntos, y no tenía
necesidad de asistir a juicios con frecuencia.
La vida quiso mimarme, y
me sacó de aquel despacho para comenzar a trabajar en el
departamento de RRHH de una gran empresa, donde la asistencia a
juicios la llevaban abogados externos. Yo era feliz, aplicando mis
conocimientos al asesoramiento y gestión de asuntos jurídicos
varios.
Hay abogados que dedican
su carrera profesional al asesoramiento, a la negociación, o a algún
otro campo. Lo hacen de manera encomiable, y se sienten realizados y
plenos. Yo descubrí que, lamentablemente, no pertenezco a ese grupo.
Aún sin tener la
necesidad de acudir a juicios, sentía una espina de las que duelen,
y quería sacármela. Quería elegir mi camino en libertad, sin
limitaciones, no viéndome abocada a un callejón en el que no quería
permanecer el resto de mi carrera porque mi miedo me obligaba a ello.
No era cuestión sólo de la asistencia juicios, quería poder
preguntar tranquilamente la duda que me surgiera en una conferencia,
sin sentir que el corazón se me salía del pecho.
Nunca lloré en una
vista, como me han contado, ni me inventé la profesión de mi
cliente, balbuceando, como he visto…Los compañeros que me vieron
decían que disimulaba bastante bien… pero ¿merecía la pena? esos
nervios, esas tilas previas, esos desvelos y ese trance en el que
entraba cuando pisaba una sala de vistas, cuando mi cuerpo activaba
el “modo pánico”. ¿Cuánto aguantaría así si, finalmente,
surgía la oportunidad, y decidía cumplir mi sueño de ejercer por
mi cuenta?
Comencé a devorar libros
de oratoria, a asistir a multitud de conferencias sobre el
tema...aprendí mucho, pero noté poco.
Hasta que un buen día
coincidí en una fiesta con la fundadora de un Club de Oratoria.
Empezó a relatarme las sesiones, a explicarme su dinámica y, solo
de visualizarme allí, empecé a entrar en ese "modo pánico"
que me era tan familiar. Envidiaba a sus miembros, que eran capaces
de enfrentarse a una audiencia sin sentir desvanecer, los veía como
superhéroes.
Llegados a este punto, he
de confesaros que la pócima secreta o el milagro que yo esperaba
para vencer este miedo no existe y os aseguro que la busqué. Sólo
hay una fórmula, y no es agradable: practicar, seguir practicando y
practicar un poco más….
Una vez que decides que
vas a mirar de frente este miedo y vas a dejar de darle la espalda,
la primera vez que te pones ante una audiencia, te suda hasta el
último poro de la piel, sientes palpitaciones durante una media
hora, no recuerdas nada de lo que has dicho y si sufrieras un
infarto, lo entenderías. Así visto, resulta hasta masoquista
intentarlo, ¿verdad? pero en las sesiones conoces a personas que te
cuentan que han pasado por lo mismo, y tú, incrédula, te quedas con
la duda de si mienten, al verlos en escena. La sola posibilidad de
hablar como ellos, con esa seguridad, ese temple, hace que merezca la
pena intentarlo.
Sigues acudiendo a las
sesiones y comienzas a participar, empiezas a notar un cierto
progreso, a adoptar tu propio estilo, donde te sientes cómodo,
después de descubrir tus virtudes y tus limitaciones, a través del
feedback de tus compañeros. Y pasan las sesiones y afrontas lo que
antes evitabas, pides los roles que no te gustan, vas superando
retos, te ves levantando la mano para hablar de temas de los que no
tienes ni idea de lo que vas a decir cuando te levantas del
asiento,...y de pronto te enfrentas a un monólogo, a pesar de la
poca gracia que tienes. Un día te encuentras participando en un
concurso de oratoria, o dando una ponencia en un congreso, y no te lo
puedes creer, pero te lo crees, porque miras hacia atrás y no se te
olvida cómo has llegado hasta allí, todo el esfuerzo, toda la
voluntad, que, por fin, han tenido su recompensa.
Cuando tuve la
oportunidad de ejercer sola, por mi cuenta y riesgo, ya había salido
del callejón, le había hecho las maletas al miedo, y pude elegir
con libertad mi camino.
Mi pasión por la
oratoria, en la que siento que soy una principiante, me ha llevado a
involucrarme en el Comité del Club de Oratoria que me ayudó a
superar mi miedo, como nuestra de agradecimiento. Gracias a que un
día decidí mirar al miedo a los ojos, no sólo pude superarlo, si
no que he conocido a personas maravillosas, con mucho que ofrecer, y
actualmente estoy embarcada, con un grupo de amantes de la oratoria,
en un proyecto apasionante, que se llama TEDxMalagueta, que tendrá
lugar el próximo 28 de Mayo, con ponentes que, de principiantes
tienen poco, y que traerán al evento ideas que vale la pena difundir
sobre el progreso de la humanidad.
La mala noticia, ya la
sabéis: no hay pócima mágica, no existen los milagros para vencer
el miedo a hablar en público. La buena, buenísima, es que esta
fórmula que os traigo es infalible, nunca falla, y la recompensa os
aseguro que merece la pena.
No te prometo un camino
fácil, pero sí un éxito seguro. No lo dudes, sólo tienes que
querer vencer el miedo, mirarlo a la cara, y dar un paso adelante.
¿Te animas?
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