Autor: Pedro Durán Morgado, abogado.
Dice una de las máximas del Consejo General de la Abogacía que “Sin abogados, no hay justicia”. Y no puede ser más verdad, ya no sólo por las situaciones formales en las que las leyes obligan a nuestra participación, sino porque nuestra labor, lejos de ser estrictamente profesional, es, aunque a veces no queramos, algo más.
Y dice también
nuestro máximo Órgano de representatividad, que uno de los principales valores
de la Abogacía Española es la “confianza /tranquilidad”. Se refiere, seguro, a
la que debemos proyectar a nuestro cliente en nuestra tarea. Pero, ¿alguien nos
garantiza esa tranquilidad y confianza a nosotros? Puede resultar un
poco desorbitado hablar de una profesión de alto riesgo (no trabajamos en una
mina, ni en una central nuclear en Fukushima, ni siquiera apagamos fuegos de
verano, al menos, física y tangiblemente hablando), pero no puedo dejar de
pensar en los acontecimientos de los últimos meses en los que un compañero de
Málaga y una compañera de Granada han sido asesinados a manos de ex clientes
simplemente porque no estaban “contentos” con el resultado de nuestro trabajo o
por pensar que todos somos potentados económicos y que tenemos nuestros
despachos repletos de euros.
Sirva esta
reflexión como humilde homenaje a Salvador Andrés Reina y Rosa Cobo, que
murieron sólo por trabajar en lo que les gustaba, y que nos hace, en
determinados momentos, estar alertas ante estos comportamientos, sobre todo, en
estos tiempos de continua crispación y dificultades en que nos ha tocado vivir.
¿Vamos a tener que
analizar con lupa a cada cliente potencial que llegue a nuestro despacho? ¿Vamos
a tener que contratar detectives privados que sigan a nuestros clientes si
vemos un atisbo de sospecha en ellos?, ¿o, simplemente, vamos a firmar hojas de
encargo con personas que vengan bien vestidas a nuestro lugar de trabajo y nos
den buenas “sensaciones” y no nos den motivos para temer algún comportamiento
violento? Pues no, ni lo debemos hacer,
ni lo podemos hacer; y no podemos porque nunca debemos olvidar nuestra labor de
servicio público ;no, porque nuestra
profesión nos enseña que las apariencias engañan y que debemos fundamentar y
probar todo para conseguir el resultado deseado; y no, porque seguro que con
esta actitud no trabajaríamos nunca.
Nuestra relación
con los clientes, en muchos casos, más allá de ser puramente profesional, entra
en otros ámbitos que nos hace crear ciertos vínculos; y eso es peligroso y a la
vez necesario, porque debemos conocer bien al cliente para llegar al fondo de
lo que vamos a defender, para que con esa confianza de la que habla el Consejo
de la Abogacía, nos cuente la verdad que debemos defender, lo que hará más real
nuestro trabajo y podremos no engañar a nadie si no sabemos o no queremos
dirigir un caso por múltiples razones.
Pero de ahí a que
el cliente piense que esa relación es señal de obligación más allá de nuestra
labor profesional y diligente que todos debemos cumplir, y que no ganar un caso
(que, en última instancia, en un gran porcentaje no depende de nosotros, al
haber más figuras en el devenir procesal), les dé derechos para amenazarnos,
agredirnos y/o asesinarnos, hasta ahí, hay todo un mundo.
Ya estamos
suficientemente mal vistos y tenemos mala imagen por culpa de juicios sociales
paralelos que nos asocian a clientes asesinos, pederastas y demás, simplemente
por ser sus abogados defensores, una figura que la ley obliga a intervenir, ya
sea pagado por el cliente o por turno de oficio, abogados estos que quizá,
pierden más que ganan en un caso de este tipo.
Es más, nuestra
labor es poco agradable en muchas ocasiones. Sin ir más lejos, ahora habrá un
compañero o compañera que, seguramente de oficio y siendo un plato de mal gusto
para él o ella, tendrá que asistir al asesino de nuestra compañera Rosa y
deberá hacer todo lo posible para que a ese desalmado (por no llamarlo de otra
manera) tenga el mejor tratamiento procesal posible y la condena sea la menor
en virtud de sus explicaciones y su defensa de algo que, a nivel personal y
social, sería indefendible.
Pero somos, ante
todo, y debemos ser, profesionales. Acabo con lo que dice la Carta de Derechos de los Ciudadanos ante la Justicia del Ministerio de Justicia, que en su título
tercero nos impone una conducta deontológicamente correcta, y se establece un
claro derecho a que el cliente esté informado. Esto lo tenemos claro desde el
primer curso de la carrera. Pero también va siendo hora de que alguien informe
de nuestro trabajo y que dejen de zarandearnos a las entradas de los juzgados
cuando son juicios de alcance social o de disputas entre familias; que dejen de
pintar nuestros coches; que dejen de amenazarnos; que dejen de acercarnos
micros de medios de comunicación que sólo quieren amarillismo y titulares no
muy ciertos, y que se respete un trabajo que no es más que un servicio a la
sociedad por el que, por supuesto, cobramos porque lo hacemos con diligencia ,
aunque, eso sí, muchas veces, tarde y mal, y no sabemos si en algunas ocasiones
compensa tanto descontento y riesgo.
Si te gustó esta entrada, tal vez te interese leer:
- Reflexiones de una letrada penalista
- La venia
Si te gustó esta entrada, tal vez te interese leer:
- Reflexiones de una letrada penalista
- La venia
Imagen superior tomada de http://www.abogacia.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos aquí tu comentario. ¡Gracias por participar en la conversación!